martes, 21 de noviembre de 2017

Cine y Ópera. ¿Caballos que jalan en direcciones opuestas?

La ópera compite contra otra forma artística.

“La ópera es una forma artística compleja y desconcertante, ya que jala en muchas direcciones a la vez. Debe alcanzar un compromiso entre varias formas de expresión artística – música, teatro, espectáculo, diseño escénico, tal vez ballet – cada una con sus propias exigencias y disciplinas y con el deseo de imponer su supremacía. El balance entre las formas ha variado en períodos diferentes, pero siempre ha sido precario. Cuando la ópera se basa en una obra maestra de la literatura se multiplican las dificultades. La música puede iluminar el texto, pero también puede obscurecerlo, distorsionarlo o amontonarlo fácilmente; un texto más rico, es un reto mayor para la música. Si esto es cierto en una canción o cantata, en una ópera, además del tamaño de la empresa, se incrementan las posibilidades de un fracaso por el hecho de que el ritmo de la música no sólo es diferente del de el teatro hablado; es de diferente índole”.

                                                           Essays on Opera
                                                           Winton Dean
                                                           OUP, New York, 1993, p. 219 
                                                           (La traducción es mía)

Winton Dean escribió lo anterior en el capítulo Otello de Verdi.

Desde su inicio, y hasta fechas recientes, la ópera se ha basado en otras formas artísticas: poesía pastoral poemas épicos, tragedias griegas, obras de teatro, algunas dramáticas y otras comedias y cuentos y novelas como The Great Gatsby, aunque en muchas ocasiones sólo en fragmentos de éstas, como el caso de Guerra y paz o Don Quijote de la Mancha.

Una gran diferencia entre la ópera y las otras formas literarias es el hecho de que en éstas el texto se desarrolla linealmente, en el sentido de que los personajes hablan uno después de otro, como la hace el narrador sea éste el autor o un personaje. En la ópera en muchas ocasiones los personajes hablan en ensambles de dos o más personajes, expresando frecuentemente no sólo diferentes estados de ánimo, sino también textos diferentes – en estos casos, la música reina sobre el texto sin duda alguna, siendo el sexteto “Riconosci in questo amplesso” de Le nozze di Figaro un ejemplo arquetípico.

El siglo pasado el cine, otra forma artística, sustituyó en gran medida a la ópera como espectáculo; esto se ha venido acentuando con la incorporación de elementos técnicos imposibles de incorporar al teatro hablado y a la ópera.

Desde el principio del cine, la música ha sido parte esencial de las películas. Es difícil imaginar Alexander Nevsky sin la música de Sergey Prokofiev, El Padrino sin la de Nino Rota, El bueno, el malo y el feo sin la de Ennio Morricone, o los films de Tim Burton sin la de Danny Elfman; la gran mayoría de las películas de suspenso o terror, perderían sus características sin la música.

La ópera, en particular, ha sido muchas veces parte esencial de algunas películas. Hay muchísimos ejemplos de esto. Algunos son Amadeus, Apocalypsis Now, Moonstruck y El Padrino (3ª parte). Antonio Gades llevó al cine una muy feliz adaptación de Carmen.

Lo que no ha sido común es que la ópera adapte una obra cinematográfica. No sé cuántas películas han sido tomadas por la ópera. La única que he visto es la recién transmitida por la Metropolitan Opera Company a 60 países con su producto LIVE HD, The Exterminating Angel del compositor británico Thomas Adès que es una adaptación de El Ángel exterminador de Luis Buñuel.




Creo que las transmisiones LIVE HD merecen por sí una discusión en cuanto usan tecnologías comunes con las de la cinematografía.

No creo estar en condiciones de hacer una crítica seria de la ópera de Adès, ya que estoy convencido que la ópera en vivo y la vista en una pantalla – usando, por añadidura, medios electrónicos para la transmisión del sonido – pero puede decir que en esta ocasión la música inclinó a su favor el conflicto con el cine.

Ojalá esta ópera genere estudios serios del encuentro de dos formas artísticas, una que ya cumplió 400 años y otra, más jovencita, poco más de 100.

Al final de la función recordé vívidamente el dicho del Doctor Samuel Johnson “La ópera es un espectáculo exótico e irracional”. ¿Será porque soy irracional y exótico?  

© Luis Gutiérrez R





miércoles, 8 de noviembre de 2017

Hay chocolates amargos, con leche y hasta blancos


Otello en Bellas Artes. 7 de noviembre de 2017




Otello es, sin duda, una de las cúspides de la ópera. También es, sin duda, la ópera basada en cualquier obra de Shakespeare que es capaz de tener una potencia similar al original. Por esto último, creo que cualquier director de escena que se respete debe prepararse para producir la ópera estudiando Othelo a fondo, leyendo con gran cuidado el libreto de Arrigo Boito, la correspondencia entre éste y Giuseppe Verdi, y, ya es mucho pedir, estudiar la partitura de la ópera, aunque sólo sea la reducción a voces y piano. 

Desde Un ballo in maschera, Ricordi publicó un cuaderno de disposiciones escénicas, Disposizione scenica, como elemento a seguir en los teatros italianos donde se presentasen las óperas de Verdi sin su presencia. El cuaderno más detallado de todos es el de Otello. Si los productores leyesen este documento entenderían mucho acerca de los porqués del libreto y, sobre todo, de la música de esta obra maestra. Estas Disposizione scenica no son un corsé, sino una guía de producción en la que Verdi incorporaba todos los avances tecnológicos de su época para lograr transmitir al público sus intenciones y su entendimiento de su obra. Estoy cierto que hoy día un cuaderno de estas características incorporaría los avances técnicos sucedidos en los últimos 130 años, así como mucho de las interpretaciones de la obra de Shakespeare. En mi opinión la lectura de este instrumento no significa que el productor se tuviera que ceñir a lo estipulado en él, pero le sería de gran ayuda para definir un marco en el que se pudiese contar la tragedia de Otello, Iago y Desdemona en forma libre y creativa, sin apartarse o contradecir, las “intenciones” del compositor. Por cierto, aunque la colaboración entre Verdi y Boito fue muy intensa, en este caso no tengo la menor duda de que “el compositor es el dramaturgo”.

¿A qué viene todo esto me preguntarán? Yo respondería que, dado lo que presencié hoy en el escenario del Palacio de Bellas Artes, es claro que el director de escena, Luis Miguel Lombana, no leyó Othelo, no estudio el libreto de Boito ni la partitura de Verdi, ni, puedo apostar 1,000 a 1, se tomó la molestia de leer las Disposizione scenica. No me queda más que mencionar dos ejemplos: el traje de amazona de Desdemona durante el dueto del acto I implica que se encontraba en la nave Otello; si no es así, no creo que un traje de montar sea lo indicado para seducir al general que regresa victorioso –algunos me dirán que hay fetiches que no conozco– si es así, que viajase con su esposo, no tendría sentido que Iago convenciera a Otello que Desdemona, que estaba con él, le había sido infiel con Cassio, que estaba en tierra. Estoy seguro de esto último porque es él quien canta “Or la folgor lo svela... È la nave del Duce… Ergi il rostro dall’onda.”; el otro ejemplo sucede en uno de los momentos culminantes, quizá el punto álgido, de la tragedia al final del tercer III, cuando Iago exclama “Ecco il Leone!” –en esta producción Otello se encuentra en un extremo del escenario inconsciente vencido por una convulsión–  pero el alférez es muy respetuoso de la autoridad de su superior y decide marcharse por el otro lado, sin demostrar su victoria pisando la cabeza del moro. Y hablando de moro, Don Luis Miguel decide mostrarnos un Otello blanco como los habitantes de Lituania y no moreno. No se necesita que sea negro, sencillamente que sea moreno. Si se pensó que una alusión al color de la piel podría considerarse racista, se logró exactamente lo contrario; evitar el color de la piel del papel epónimo fue estrictamente racista. El director no olvida que Otello es sarraceno al exhibirlo blandiendo una cimitarra en el acto IV. 

Seguir hablando de la producción, incluyendo la escenografía y el vestuario de Adrián Martínez Frausto y Estela Fagoaga respectivamente, o de la “coreografía de combate” diseñada por José Carriedo y Américo del Río – durante el combate entre Cassio y Montano, otros ocho soldados, unos con casacas azules como de mosqueteros y otros rojas como de guardias de Richelieu, acompañan la acción también con espadas para convertirse posteriormente en omnipresentes siervos – es un trabajo estéril pues el mayor mérito de la puesta en escena es no haber estorbado la parte musical de la ópera. 

Otello no es un personaje fácil de interpretar pues requiere de una voz más expresiva que bella, mucha estamina y capacidad de dominar la dinámica completamente. Desde su presentación, la más espectacular de la historia de la ópera, en la que con voz estentórea declara “Esultate…” con toda la fuerza posible, hasta el final de la ópera en la que “un altro bacio…” debe cantarse mezza voce y pp. Además, debe ser un actor consumado que al inicio la ópera retorna vencedor del enemigo y la naturaleza, y poco a poco se vaya convirtiendo en una piltrafa humana. Durante el acto IV ya se convierte en un animal salvaje capaz de ejecutar un acto deplorable asesinando a quien ama y que a su vez lo ama. Hoy vi un Otello mucho más violento que el usual, no sé si por iniciativa del cantante o del director de escena, manteniendo la violencia a lo largo de toda la ópera. El tenor lituano Kristian Benedikt tuvo una interpretación vocal destacadísima. Es probable que ésta mejore cuando tenga más cuidado en el manejo de su dinámica. 

El barítono italiano Giuseppe Altomare fue un Iago malvado e inteligente, más inteligente que malvado. Como sabemos su parte musical es más declamatoria que la de Otello y, probablemente más difícil dado el impresionante número de cromatismos que le presenta la partitura. Su catecismo, el “Credo” fue realmente impresionante, tanto que no faltó quien interrumpiera con aplausos el flujo musical del acto. Su actuación no mereció un pero.





Pese a haber tenido excelentes intérpretes como Otello y Iago, la estrella de la noche fue la joven cantante rusa Elena Stikhina quien encarnó una grandiosa Desdemona. Desde el dueto del acto I exhibió una bella, potente y carnosa voz muy apropiada al papel. En los actos intermedios creció en dramatismo para culminar una hermosísima “canción del sauce” seguida del Ave Maria. Su actuación fue también impecable pese a las limitaciones que le impuso la dirección de escena. En adición del concepto presentado en el acto I, durante la escena de humillación del acto III, Otello le da una bofetada que, pese a pasar casi a un metro de su cara, la hace caer sin más ni más. Este es otro momento del que Lombana no entendió su importancia psicológica y dramática., o se inspiró en el golpe fantasma de Cassius Clay que hizo caer a Sonny Liston. 

Los papeles secundarios fueron bien ejecutados, especialmente Cassio interpretado por Andrés Carrillo, y Montano que cantó Tomás Castellanos –un “È l’alato Leon” mal puesto puede echar a perder una función; Encarnación Vázquez como Emilia, Enrique Guzmán como Roderigo, Alejandro López como Ludovico y David Echeverría como el heraldo no desentonaron con el todo.

Hacía muchos años que no atestiguaba una buena actuación de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes; por fortuna la de anoche fue una función excelente. Los metales y los violonchelos durante el acto I estuvieron espectaculares. ¿Por qué no lo hacen siempre así?

El Coro del Teatro de Bellas Artes, esta vez preparado por Pablo Varela, tuvo un inicio inseguro durante la tormenta, pero mejoró en “Fuoco di gioia!” y estuvo excelente en el tercer acto. Durante la serenata del segundo acto el coro infantil Grupo Coral Ágape dirigido por Carlos Alberto Vázquez tuvo una buena actuación.

Al final me quedo con el director concertador, Srba Dinic, como el real héroe de la función, pues fue capaz de extraer de la orquesta, los coros los solistas, la que, en mi opinión, ha sido la mejor función musical a la que he asistido en el Palacio de Bellas Artes en mucho tiempo.

Termino aplaudiendo a los intérpretes de este Otello y abucheando al “equipo creativo”, que, contra la tradición de salir en todas las funciones a recibir las ovaciones del público, no lo hizo en esta ocasión; por algo lo habrán decidido.

© Luis Gutiérrez Ruvalcaba

jueves, 2 de noviembre de 2017

"Bocca bacciata non perde ventura" Falstaff en París


Falstaff en París. 26 de octubre de 2017.

 Bryn Terfel y compañía


La Opéra National de Paris decidió reponer la producción de Falstaff puesta en escena originalmente por Dominique Pitoiset en 1999.

Desde 1999 estaba de moda entre los directores de escena modificar la época y lugar de la acción de las óperas. Pitoiset desplaza la acción del siglo XIV a la primera década del siglo pasado, pero afortunadamente mantiene Windsor como localidad en la que se desarrolla la acción.

La escenografía, diseñada por Alexandre Beliaev, tiene como elemento ancla una pared de ladrillo ubicada al fondo del escenario y deslizable trasversalmente al mismo. El empleo de la utilería es muy importante, pues ello permite caracterizar sin problema los espacios interiores, tales como la posada y los aposentos de Alice Ford. Un fonógrafo primitivo, en el que Alice colocará un disco que interpreta los acordes de laúd al recibir a Sir John, y un automóvil de época en el que Bardolfo y Pistola abandonan la escena al final del segundo acto, son elementos que permiten fijar la acción en los 1900’s. El parque de Windsor, y especialmente el gran roble, se caracterizan nítidamente mediante la iluminación, diseñada por Philippe Albaric. Por cierto, éste último tiene un toque de virtuosismo artístico al desplazar continua y suavemente en coordinación perfecta con la música, un haz de luz, iluminando a Ford cuando canta “È sogno? o realtà?”, hasta dejarlo en la penumbra al concentrar el haz de luz en la gran cornamenta de un trofeo que adorna la sala de la posada, en forma absolutamente simultánea con la melodía que interpretan los cornos acompañando el final del aria. El vestuario diseñado por Elena Rivkina es elegante y acorde con la época y clases sociales de los personajes. En mi opinión, la producción de Pitoiset trabaja bien con la ópera, aunque no veo razón de actualizar la época planteada por Verdi, Boito y, sí, Shakespeare.

Bryn Terfel cantó y personificó un grandioso Sir John Falstaff. Su voz siempre me ha parecido hermosa y flexible, aunque de repente evita emitir ciertas notas agudas, como en “Te lo cornifico, netto!”, lo que resuelve con creces dada su gran musicalidad. Sus solos fueron magníficos, destacando el famosísimo “Quand’ero paggio del Duca di Norfolk”, como lo fueron frases sueltas como “Vado a farmi bello” o “Va, Vecchio John”. Resolvió con elegancia y sencillez el problema de los trinos del inicio del acto III, cosa no simple en verdad. Como actor es casi insuperable en este papel; se divierte y divierte a sus colegas en el escenario y, por supuesto, al público.  
Aleksandra Kurzak me sorprendió muy gratamente como Alice Ford. Su voz es fresca y no tuvo problemas con su parte musical, logrando imprimirle esa intención que Verdi exigía cuando dijo, más o menos, después de Falstaff, Alice es el personaje más importante pues, aunque su música es fácil, debe comportarse como si tuviera el “diablo en el cuerpo” pues es la que lidera toda la trama. Como actriz estuvo a la altura de quien la cortejó.

Bryn Terfel y Aleksandra Kurzak

Franco Vasallo tuvo también una excelente noche como Ford, tanto musical como actoralmente. Cantó su solo espléndidamente y su pedantería fue ejemplar durante la “boda” de Cajus y Bardolfo, asimismo no escatimó esfuerzo al buscar a Falstaff aún en los cajoncitos del secreter del aposento de su esposa.

La armenia Varduhi Abrahamyan fue una bien actuada Quickly, desgraciadamente tuvo muchos problemas musicales, pues sus malos agudos y graves débiles fueron notables. Verdi recurrió a la narración de hechos conocidos, lo que Wagner usó en muchas ocasiones, solamente cuando Quickly cuenta a las otras comadres su visita a Falstaff, pues “necesitó” realzar las características vocales de la creadora del papel, Giuseppina Pasqua; de haberse tratado la señora Abrahamyan no hubiera compuesto la narración.
Francesco Demuro fue un muy buen Fenton vocalmente. El soneto del tercer acto fue declamado con una gran belleza y sus mini duetos con Nannetta siempre lograron convencerme. Julie Fuchs confirmó mis expectativas positivas. Su entrada como Reina de las Hadas fue espectacular vocalmente y su presencia e interpretación escénica fueron impecables durante toda la ópera. Un de los momentos que espero con fruición cada vez que asisto a esta ópera es los versos de Fenton y Nannetta extraídos del Decameron: “Bocca baciata non perde ventura” exclama él y ella responde “Anzi rinova come fa la luna”; esto sucede, afortunadamente tres ocasiones y esta noche no hubo un solo defecto al producirlos.

Julie Fuchs y coro

Julie Pasturaud como Meg, Graham Clark como Cajus, Rodolphe Briand como Bardolfo y Thomas Dear como Pistola lograron interpretaciones vocal y dramática bien por arriba del promedio.
Fabio Luisi realizó una lectura nítida y elegante de la partitura al dirigir solistas y al Coro, tan importante en el tercer acto, dirigido por José Luis Basso, y la Orquesta de la Opéra National de Paris tuvieron una actuación muy sólida y hermosa.

En resumen, hoy asistí a una gran función de Falstaff en la que el Falstaff de Terfel lideró una gran interpretación de todo el reparto, casi todo.

© Sébastien Mathé/Opéra National de Paris, por las fotos

© Luis Gutiérrez Ruvalcaba

miércoles, 1 de noviembre de 2017

“De quels transports poignants et doux” Don Carlos en París


Don Carlos en París. 25 de octubre de 2017


Jonas Kaufmann y Elīna Garança
Don Carlos Acto III, escena 1


Las entradas para las primeras seis, de diez, de las funciones de la nueva producción de Don Carlos en la Opéra National de Paris, se agotaron en cuanto se pusieron a la venta debido al anuncio de uno de los repartos más espectaculares y difíciles de conjuntar hoy día. Algunos de sus integrantes llenan por sí solos una casa de ópera del tamaño de la Opéra Bastille; juntos hacen de esta producción, la producción operística del año en todo el mundo. En adición a lo anterior, Philippe Jordan optó por usar la llamada versión de 1866, es decir lo que Verdi había compuesto antes del inicio de los ensayos, por supuesto con libreto en francés, y que cortó o modificó después del ensayo general, la premier y la segunda función. No se incluyó el ballet, aún no compuesto por Verdi en ese momento. Por cierto, esta producción celebra el ciento cincuenta aniversario del estreno de esta obra, realizado el 11 de marzo de 1867,


La producción, dirigida por Krzystof Warlikowski, traslada la acción de la ópera del siglo XVI a la España de los 1950’s, otra época en la que el poder del estado, la dictadura de Franco, y de la iglesia, a través del Opus Dei, fueron tan absolutos e intolerantes como en el siglo XVI. En mi opinión, la actualización no sólo es verosímil y no contradice “las intenciones” de Verdi, sino llega a ser brillante, al tratar un tema de hoy. Es claro que el director ni esperaba ni sabía cuando planeó su trabajo, que las condiciones políticas de España en estos momentos hiciesen que Flandes se pareciera a Cataluña, pero el impacto ahí queda.

Malgorzata Szczesniak firmó el diseño de escenografía y vestuario, logrando un magnífico resultado. El vestuario corresponde a las modas de los 1950’s y 1960's; la escena, aparentemente simple, simula en el acto I un museo en el que el coro representa al público que admira a la realeza expuesta, aunque se retira en los momentos íntimos, como el dueto entre Carlos y Élisabeth, y regresa a la crisis pública cuando la Princesa de Francia decide, contra su voluntad, convertirse en Reina de España. 

La primera escena del segundo acto es dominada por una estructura que presenta una elaborada celosía, tras de la que cantan los monjes del monasterio de San Yuste; este espacio se convierte en una sala de armas, no en un jardín, en la que las damas de honor hacen esgrima con espada, como elemento destacado del divertiment que es la canción del velo. En el mismo espacio se desarrolla el resto de la segunda escena del acto II. 

El espacio con la celosía regresa durante la primera escena del acto III, y la coronación y auto-da-fé se escenifican en un anfiteatro que sugiere la herradura de un parlamento. Le Grand Inquisiteur–Escrivá de Balaguer, está presente durante la escena y sonríe con socarronería al desplazarse para bendecir al único reo a ser ejecutado.


Jonas Kaufmann, Ildar Abdrazakov y Coro
Don Carlos Acto III, escena 2

La primera escena del cuarto acto se lleva a cabo en un recinto que bien podría ser una sala de exhibición privada, en la que aparecen Philippe y Eboli después de haber tenido un encuentro sexual aparentemente satisfactorio, al menos para ella dada su expresión facial y el placer mostrado al fumar e inhalar cocaína. Hay a quienes puede chocar esta escena, pero yo encontré fascinante escuchar el aria principal de Philippe después de haber sido infiel a la Reina. La discusión de Philippe y Élisabeth que suscita el cofre de los tesoros de la Reina se torna muy violenta, pues el Rey trata de estrangular a la Reina lo que impide Rodrigue al intervenir. La dirección actoral en estos momentos, subraya que, al menos originalmente, la Reina abandona la sala dejando a Eboli sola hasta que Lerma entra y le comunica la decisión de la Reina por la que la condena al exilio o al convento, pues no puede perdonarle la infidelidad de su esposo. Normalmente vemos que la Reina comunica directamente su decisión a la Princesa. La segunda escena del acto presenta el calabozo del Infante, en un espacio reducido dejando la mayor parte del espacio para las escenas de la muerte de Posa y el intento de insurrección. El director da otro toque psicológico, al mostrar a Eboli robando un beso de Philippe, y no de Carlos, antes de marcharse al exilio.

El acto V regresa a la escena inicial del acto II. Al final del acto, después que el Inquisidor preside el juicio sumario de Don Carlos, sale Carlos V del claustro a rescatarlo. El emperador es representado por un viejo decrépito y altamente condecorado, que bien podría pertenecer a una de las familias reales a la que son tan aficionados los españoles.

La iluminación, diseñada por Felice Ross destaca lo que hay que destacar y oscurece lo que hay que oscurecer. Denis Guéguin diseñó unos videos que presentan a cada personaje hasta mostrar a Philippe en el acto de suicidarse con una pistola. Si no hubieran existido estos videos, la compañía habría ahorrado algo de dinero. sin demeritar en un ápice la calidad general de la puesta en escena. 

Esta brillantísima puesta en escena, por supuesto en mi opinión, me hizo quedar con las ganas de volver una producción de Warlikowski. 

En muchas ocasiones, la ópera es una forma artística desconcertante, ya que está compuesta por varios elementos difíciles de reunir exitosamente. En este caso, a la puesta escena se unió una interpretación musical y dramática que permanecerá en mi mente y cuerpo durante el resto de mi vida.

Ildar Abdrazakov encarnó un Philippe II capaz de expresar ejercicio absoluto de poder, crueldad con su esposa, amistad con Rodrigue y, hasta cierto punto, sumisión hacia el poder de la iglesia. Cantó espléndidamente “Elle ne m’aime pas!”, acompañado en forma maravillosa por el violonchelo obbligato de Cyrille Lacrouts. Sus intervenciones en los números de conjunto fueron también de altísima calidad, especialmente durante los duetos con Rodrigue y Le Grand Inquisiteur. 

Jonas Kaufmann, fue un Don Carlos enamorado profundamente de la Princesa de Francia, convirtiéndose en el inestable Infante que peca de querer ser héroe, pues lo que logran sus acciones es la muerte de su único amigo. Su recitativo y aria, su único solo de la ópera, “Quel jardins éclatants de fleurs et de lumière”, me obligó a pensar que fue una lástima que Verdi sólo compusiera un aria para el infante – la razón de esto es que, en opinión del compositor, el creador del papel, A. Morère, era un imbécil profundo incapaz de cantar otra aria. Sin embargo, el tenor baritonal de Kaufmann pudo escucharse en muchos números de conjunto, destacando el dueto con Rodrigue, “Dieu, tu sèmes dans nos âmes” y en el terceto con Rodrigue y Eboli en el tercer acto.

El personaje anacrónico de la ópera, Rodrigue, es muy actual en el contexto de esta producción y fue personificado por el francés Ludovic Tézier. Tuvo una muy brillante interpretación, en mi opinión la mejor de los hombres. Ya se mencionó el conocidísimo dueto con Carlos y el terceto del acto III, pero estuvo excelso al cantar sus dos arias, especialmente la del acto IV; la trompeta que acompaña su muerte, interpretada por Nicolas Chatenet, es, sin duda, un anticipo del lugar que este instrumento, lúgubre en esta ocasión, adquiriría en el blues de los negros americanos.  

El bajo ucraniano Dmitry Belosselskly dio vida a un Grand Inquisiteur socarrón. Actoralmente lo hizo magníficamente y en lo vocal no mostró ninguna nota de fragilidad. Krzysztof Bączyk cantó un monje imponente.

Los hombres tuvieron un desempeño destacado y las mujeres no les fueron a la zaga.

Sonya Yoncheva hizo una creación como Élisabeth de Valois. Su entonación del inicio del dueto con el Infante del acto I, “De quels transports poignants et doux” mostró su hermosa y expresiva voz, misma que volvería a apabullarme durante su aria del acto V, “Toi qui sus le néant des grandeurs de ce monde” cuando regresa el tema del dueto, dando al texto el sentido musical completo, que sólo se logra en las versiones de cinco actos. Su aria de despedida de su dama de compañía en el segundo acto también fue un momento de emoción. La mezcla con Kaufmann en los tres duetos entre Élisabeth y Carlos fue simplemente perfecta, y verosímil en su confrontación con Philippe II.

Verdi escribió en 1879 a su amigo el director y compositor Franco Faccio que, después de Philippe, el personaje más importante de la ópera es Eboli. También es sabido que la tesitura del papel es muy complicada pues sus dos arias fueron escritas para dos cantantes, la del acto II para una contralto y la del acto IV para una soprano spinto, para quien también compuso el terceto con Rodrigue y Carlos en el acto III. Elīna Garança hizo su debut en este papel con esta producción, y creo que se convertirá en la Princess Eboli de referencia durante muchos años. Desde su aparición en la sala de armas del acto II se convierte en el punto focal del escenario, especialmente al imbuir a su personaje de una sexualidad extrema. La canción del velo, cuyo interés dramático dentro de la ópera es tangencial, es esencialmente un vehículo de lucimiento vocal para la cantante y la Garança no lo desaprovechó. Las últimas sílabas de la pieza,“S’ecria le roi! Ah!” las cantó a una de las damas espadachines recostada sobre un taburete con una sensualidad totalmente animal. Después de oír “Ah!” exhalé un ahogado ¡ufff! que hizo que algunos de mis vecinos voltearan a verme mostrando solidaridad con mi reacción. Su flirteo con Rodrigue a continuación y el terceto con el mismo Posa y Don Carlos en el acto III también fueron perfectos. Durante su segunda aria, ésta sí con gran sentido dramático, “Ô don fatal et détesté”, la mezzo logró cincelar una pieza musical perfecta. Además, y no es poca cosa, hizo que el don fatal, es decir su belleza, fuese más cierto que nunca. 

Thibault fue muy bien interpretado por Ève–Maud Hubeaux, le Comte de Lerme por Julian Dran, voix d’en haut por Silga Tiruma y el heraldo real por Hyun–Jong Roh. 

Sólo queda hablar de Philippe Jordan quien realizó un trabajo épico al tomar riesgos al emplear la “ur-versión” de 1866, que incluye no sólo composiciones iniciales de algunos números, como los duetos de Philippe y Rodrigue en el acto II y el de Carlos y Elisabeth en el acto V; sino otros que fueron eliminados totalmente, como el preludio y la primera escena del acto de Fontainebleau, la escena entre Elisabeth y la Princess que precede, y da sentido dramático, al trío entre Eboli, Carlos y Rodrigue, el dueto entre la Reina y la Princess que sigue al exabrupto de Philippe en el acto IV y el dueto entre Philippe y Carlos que sigue a la muerte de Posa. La toma de riesgo hubiese sido improductiva, y contraproducente, si Jordan no hubiese logrado dirigir magistralmente a los solistas y a la Orquesta y Coro, este preparado por José Luis Basso, de la Opéra National de Paris, entidades que tuvieron una formidable interpretación.

El aplauso final otorgado por el público por casi quince minutos fue un fiel reflejo de lo que sucedió esta noche sobre el escenario de la Opéra Bastille. Al menos en cuanto al público que pagó, forma en la que Verdi medía el éxito de sus obras.

Dado que no soy, ni intento parecer, periodista o crítico, tengo la libertad en la extensión de lo que reseño, así como en el tiempo en que tardo en hacerlo. Entonces, termino agradecido por quienes tuvieron la paciencia de llegar a este punto final.


© Agatha Poupenay/Opéra National de Paris por las fotografías


© Luis Gutiérrez Ruvalcaba