viernes, 24 de junio de 2016

Las dictaduras en la ópera II



Un espectáculo exótico e irracional



Pietro Metastasio

Las reformas de Zeno y Metastasio redujeron el número de arias de las óperas, eliminaron los caracteres cómicos y las tramas subsidiarias –con ello los personajes secundarios–  así como los ensambles y los coros. Una ópera típica de esa época tenía tres actos e incluía uno o dos duetos y un coro final cantado por todos los personajes. Por otro lado la jerarquía de los cantantes se codificó extremadamente: el principal –normalmente un castrado–  cantaba unas seis arias, todas ellas soliloquios reflejando sus pensamientos o estados de ánimo. Se les llamaba arias de salida pues al terminar de cantarla el cantante abandonaba el escenario. Cuando se cantaba un dueto el primo uomo lo hacía invariablemente con la virtuosa principal, quien a su vez cantaba el mismo número de arias, o una menos que el castrado. Los otros personajes, normalmente seis o siete, cantaban un número descendiente de arias según fuese su importancia vocal y dramática. De hecho el personaje menos importante, normalmente una soprano, cantaba su aria al inicio del segundo acto, la llamada aria di sorbetto pues se cantaba cuando el público estaba concentrado en terminar su nieve después del intermedio.  Sin embargo, la ópera italiana se anquilosó rápidamente debido a su rígido formato derivado del  uso excesivo del aria di capo, que era el vehículo para que los divos y divas, es decir las sopranos y los castrados, hicieran gala de sus dotes, no sólo vocales sino musicales en el caso de los castrados, pues ellos componían la ornamentación del da capo. Los tenores y los bajos normalmente interpretaban papeles secundarios, pese a que algunos eran excelentes cantantes. Las óperas barrocas tenían invariablemente un final feliz, lieto fine, ya que el no hacerlo podría ofender la sensibilidad de los patronos, y si hubiera decesos en el argumento, estos sucederían sin excepción fuera de la vista del público.

La ópera francesa tenía una estructura muy diferente a la italiana. No había castrados; los papeles varoniles agudos los cantaban los haute–contre, es decir tenores con un rango vocal más o menos de do medio a re sobreagudo. La presencia del coro y el ballet era indispensable. Algunos intelectuales sentían que la codificación de la tragédie–lyrique tenía un efecto similar de osificación al de la opera seria italiana. De hecho es famosa la Querelle des Bouffons desarrollada entre 1752 y 1754, en la que el público se dividió en favorecer la ópera italiana (la cómica) o la tragédie–lyrique o la opéra comique, subgénero en el que la música se mezcla con el diálogo llano y, normalmente aunque no siempre, con sujetos cómicos. 



Vientos de reforma


El estado de rigidez casi mortal al que había llegado la ópera, provocó que empezara a crecer la necesidad de modificar la forma artística. En 1755, Francesco Algarotti, intelectual ligado a la corte de Federico el grande, publicó su Saggio sopra l’opera in musica en el que se refería, en forma diferente a la usual, a los temas de los libretos, a su tratamiento poético y a su composición musical.

Tommaso Traetta, compositor educado en uno de los cuatro conservatorios de Nápoles, incorporó elementos de danza y coros en sus óperas al trabajar en la corte de Parma durante 1759. De ahí se trasladó a Venecia y posteriormente a San Petersburgo donde en 1772 compuso su obra maestra, Antígona. Esta ópera es un asombroso maridaje de lo mejor de las óperas italiana y francesa

Niccolò Jommelli, también egresado de un conservatorio napolitano, es considerado como el puente entre Hasse, Pergolesi y otros compositores barrocos, y Mozart. En Stuttgart formó una de las grandes compañías de ópera de Europa de su tiempo combinando cantantes italianos con bailarines franceses, coreógrafos y diseñadores, todo ello coronado por una magnífica orquesta.

Las óperas de Traetta y Jommelli rompieron los cánones de la opera seria, anticipando, más bien iniciando, la reforma que ya no podía esperar.

La reforma ya se olía.

Tras un período en el que María Teresa estaba concentrada en mantener el trono después de la muerte de su padre, la corte retomó la administración de los teatros vieneses. Se nombró al conde Giacomo Durazzo intendente de los teatros imperiales. De inmediato desbandó la compañía italiana, supliéndola con adaptaciones de opéras comiques importadas de Francia, y presentando obras del mismo tipo compuestas localmente. El compositor a cargo de este trabajo fue Christopher Willibald Gluck, quien había sido el compositor más importante de libretos de Metastasio en Viena hasta ese momento. 



Conde Durazzo

En 1761 llegó a Viena el poeta Ranieri d’Calzabigi huyendo de París donde era perseguido por encabezar una lotería fraudulenta. Logró rápidamente hacerse protegido del francófilo canciller de la emperatriz, el príncipe Wenzel Anton Kaunitz, quien lo presentó a Durazzo. Éste a su vez, lo introdujo con Gluck. El coreógrafo Gasparo Angiolini, reformador en su disciplina artística, y los hermanos Quaglio, también con espíritu de renovación, ya trabajaban en el Burgtheater. 

Durazzo sugirió la presentación de un ballet con el tema de Don Juan. Para ello, Calzabigi escribió un argumento, basado en la comedia de Molière, coreografiado por Angiolini, usando escenografía de los Quaglio y, por supuesto, música de Gluck. El ballet Don Juan ou Le Festin de Pierre se estrenó el 17 de octubre de 1781en el Theater am Kärntnertor de Viena. El público lo encontró perturbador por su realismo, pero lo aceptó favorablemente. Muchos académicos piensan que este ballet fue la primera obra reformista de las artes escénicas musicales.



El mismo grupo de artistas que creó el Don Juan participó en la creación de la primera ópera reformista. Para reforzar el grupo, Durazzo trajo de Londres al castrato alto Gaetano Guadagni quien sería Orfeo, pues cantó para Handel en el oratorio Samson y en la revisión londinense de Messiah; además era considerado un buen actor, resultado de su talento natural y de sus estudios con el famoso David Garrick.  

Este grupo de artistas intentaba liberar la ópera italiana de sus convenciones, especialmente de la esclavitud a la que los cantantes aparentemente la habían condenado. Supongo que a Metastasio no le agradó la amenaza reformista.

El tema de la ópera es el mismo de las primeras óperas, alcanzando música y poesía un equilibrio casi perfecto. En adición del regreso a las fuentes de la ópera, Orfeo ed Euridice hace uso intensivo del coro y el ballet, elimina el aria da capo y sustituye el recitativo secco con declamación musical en forma similar a la tragédie lyrique francesa.

La ópera se estrenó el 5 de octubre de 1762 para celebrar el onomástico del emperador Franz. Es probable que por tratarse de una ocasión ceremonial, con una audiencia de alto rango social, la obra no rompió la convención del lieto fine, lo que da lugar a un final dramático totalmente anticlimático ya que Amor, como deus ex machina, hace que Euridice reviva por segunda vez.



El manifiesto de la reforma

Gluck y Calzabigi volvieron a colaborar en dos óperas. Alceste y Paride ed Elena.

Alceste se estrenó el 26 de diciembre de 1767, en esta ocasión con la coreografía de Jean–Georges Noverre. La partitura se publicó en 1769 con una dedicatoria al archiduque Leopoldo de Toscana. La dedicatoria tiene formato de carta y es, sin duda, la declaración de principios artísticos más célebre de la historia de la ópera a la que podemos llamar el “Manifiesto de la Reforma”. Aunque la dedicatoria la firma Gluck, es muy probable que la haya escrito Calzabigi.

Existen muchos lugares donde consultar la carta al archiduque. Vale la pena hacerlo; un libro que recomiendo por su contenido en general es Opera. A History in Documents (Piero Weiss; Oxford University Press, 2002, pp. 119 y 120).


Gluck

En el “manifiesto” destacan los siguientes conceptos:

·         “decidí eliminar de la ópera todos los abusos que, introducidos por la vanidad de los cantantes o la indulgencia de los compositores, han desfigurado la ópera italiana convirtiendo el espectáculo más grande y bello en el más ridículo y tedioso”

·         “pensé que la música debería restringirse a su función verdadera de servir a la poesía, expresando las situaciones del argumento sin interrumpirlo o congelándolo con inútiles o superfluos ornamentos”

·         “consideré que la obertura debería informar a los espectadores del drama que será escenificado, y constituir, como así lo fuere, el argumento”

En resumen, la reforma a la ópera italiana fue un fenómeno en el que intervinieron muchísimas personas: teóricos como Algarotti, empresarios como Durazzo, coreógrafos como Angiolini y Noverre, cantantes–actores como Guadagni, escenógrafos como los Quaglio, libretistas como Calzabigi y compositores como Jommelli, Traetta y Gluck.

Paride ed Elena, la última ópera reformista de Gluck y Calzabigi, se estrenó en 1770 sin éxito.

Es una lástima que óperas reformistas de gran belleza y valor dramático como Antigona de Traetta o la mencionada Paride ed Elena sean prácticamente desconocidas en nuestros días.

Mozart estrenó en 1782 Idomeneo. En mi opinión es la ópera que hizo mejor uso de los cánones italiano y francés al combinarlos en una forma soberbia, sin dejar de perder el objetivo de hacer un dramma per musica, es decir un drama a través de la música.


Reforma en París

Después del fracaso de Paride ed Elena, un diplomático de la embajada francesa en Viena, Marie François Du Roullet,  escribió una carta al director de la Opéra de París, expresando las cualidades de Iphigénie en Aulide, una nueva obra de Gluck, haciendo énfasis en los méritos del francés como medio para la expresión musical, reabriendo así el debate de cuáles eran el lenguaje y género mejor para una ópera. Este tema había sido el que se debatió en la llamada Querelle des Bouffons de 1752 y 1754, en la que algunos tomaron partido por el italiano y la opera buffa y otros por el francés y la tragédie francesa.

Después de largas negociaciones y muchas sesiones de ensayos en los que Gluck exigía que tanto el coro como los cantantes principales, entre los que se incluía la magnífica actriz–cantante Sophie Arnould (Iphigénie), se ajustaran a su idea escénica. Finalmente, La tragédie opéra Iphigénie ed Aulide se estrenó el 19 de abril de 1774 en la Opéra.


Sophie Arnould

En mi opinión, la obertura es la mejor de las de Gluck y, sigue a la letra el “manifiesto de la reforma” al informar a los espectadores el contenido de la ópera. Está compuesta por temas contrastantes que representan la lucha entre la voluntad humana y el destino inexorable. Inicia lentamente y se acelera repentinamente con las cuerdas graves sforzando –el destino– y superando a las cuerdas agudas –la voluntad humana–, que a su vez  superan a las cuerdas graves, hasta que un oboe plañidero señala peligro para la voluntad humana que lucha sin solución, manteniendo el sforzando; los metales se adicionan y la obertura se disuelve en la primera escena.

La ópera tuvo un éxito a medias al ser estrenada; sin embargo se mantuvo en el repertorio de la Opéra durante todo el siglo XIX. En las últimas cinco décadas Iphigénie en Aulide ha vuelto a los escenarios en muchas casas alrededor del mundo.

Gluck decidió escribir una versión de Orfeo para París. Aunque comprometió el espíritu del original al adicionar un aria de bravura para Orphée al finalizar el primer acto – que algunos académicos aseguran fue un plagio de un aria de la ópera Tancredi (1766) de Ferdinando Bertoni; incluyó la totalidad de la  Danza de las Furias de Don Juan y compuso la Danza de los espíritus benditos, para flauta y cuerdas, quizá su más elocuente solo instrumental. Además de la adecuación del italiano al francés, destaca el cambio del tipo de cantante para Orfeo de castrato alto en el original a haute–tenor o tenor agudo.

El triunfo más grande y final de Gluck en París sucedió con Iphigénie en Tauride, La tragédie lyrique en cuatro actos se estrenó el 18 de mayo de 1779, de nuevo en la Opéra. En esta obra, Gluck culmina con éxito las reformas de la ópera, tanto italiana como francesa.

La reforma fue un éxito artísticamente hablando, aunque no pasaría mucho tiempo en que volvieran los abusos de los cantantes en Italia; en Francia Luigi Cherubini y Gaspare Spontini tomaron la estafeta de Gluck, pero en el horizonte aparecía la formación de una de las dictaduras más férreas de la historia de la ópera.

En Italia y en Viena la reforma gluckiana no modificó la forma de componer opera seria. De hecho puede decirse que fracasó pues hizo obsoletos a otros compositores de opera seria. Los libretos de Metastasio siguieron usándose esporádicamente hasta los 1830s – Mozart usó La clemenza di Tito en 1791, con libreto de Caterino Mazzolá quien convirtió el de Metastasio en vera opera – pero las carreras de muchos cantantes, especialmente las de los castrados, fueron desvaneciéndose hasta desaparecer; el final de los castrados sucedió efectivamente al finalizar el siglo XIX, cerrando el círculo iniciado cuando la Iglesia prohibió la presencia de mujeres en los presbiterios de las iglesias.


Unas palabras sobre la opera buffa

Tanto en Italia como en Viena tomó suma importancia la opera buffa, que ya existía desde fines del siglo XVII, pero evolucionó rápidamente con La serva padrona de Pergolesi y La cecchina o sia La buona filiola de Nicolò Piccini, que contó con un libreto de Carlo Goldoni, poeta que escribió muchos libretos para opera buffa, denominados genéricamente dramma giocoso.

En el último cuarto del siglo XVIII, la opera buffa se hizo fundamental, destacando compositores como Antonio Salieri (discípulo de Gluck), Antonio Sacchini, Vicente Martín y Soler, Giuseppe Sarti y Domenico Cimarosa y libretistas como Marco Coltellini, Giovanni Bertati y Lorenzo Da Ponte

En la opera buffa los personajes dejaron de ser dioses o héroes para convertirse en personas reales. Los personajes se dividieron en tres tipos: serio, mezzo carattere y buffo. Estas categorías se aprecian muy claramente en Don Giovanni, Donna Anna, Don Ottavio e Il Commendatore son absolutamente serios, Leporello, Zerlina y Masetto bufos, y Donna Elvira y Don Giovanni de mezzo carattere, es decir “flotan”, textual y musicalmente entre los dos mundos. El aria da capo dio paso en muchas ocasiones al rondò y en otras al aria compuesta de inicio a final (through composed). Los números de conjunto se incrementaron paulatinamente, reduciendo el número de arias que fueron conversacionales las más de las veces, dejando las meditativas a los caracteres de mayor rango social. Otra convención era incluir un aria en la que se cantase un catálogo.  La opera buffa llegó a la cima cuando Mozart compuso tres de ellas, todas con libretos de Da Ponte, Le nozze di Figaro, Don Giovanni y Così fan tutte.

Francia había iniciado su repertorio con las tragédies de Lully y Rameau. Europa inició su repertorio con Orfeo ed Euridice (en su versión original o en la francesa o, lo más común, como un pasticcio de ambas versiones), Le nozze di Figaro, Don Giovanni (normalmente mezclando las versiones de Praga y Viena), y Die Zauberflöte, obras que no han dejado de interpretarse desde su estreno. Hasta ese momento eran muy pocas las óperas que se repetían en los teatros, por lo que la producción de obras seguía creciendo a pasos agigantados.

Aunque en esta entrega no hablé de dictaduras, bien porque no las haya habido o porque fueron efímeras, les anticipo que en la próxima entrega habrá muchas. Las de los empresarios, las de los cantantes, las de los escenógrafos y coreógrafos, las de los compositores y, si hay espacio, la de los directores musicales.


 

© Luis Gutiérrez Ruvalcaba









miércoles, 15 de junio de 2016

Las dictaduras en la ópera I


Se habla a menudo de las dictaduras en la ópera, la de los cantantes, los compositores, los libretistas, los concertadores, los registas, el público, los intendentes, etcétera. Es un tema fascinante sobre el que elucubraré en varias entregas. Por supuesto el análisis que les presentaré no es formal ni académico, es simplemente un ejercicio de revisión de algunas ideas que he tenido en diversas ocasiones de mi vida de aficionado a la ópera.





De la Camerata al teatro comercial



La ópera es una forma artística altamente compleja y desconcertante, pues se mueve en muchas direcciones a la vez. Debe lograr un acomodo de diversos medios de expresión artística –música, drama (entendido como cualquier obra literaria compuesta con el objetivo de ser escenificada, pudiendo ser cómica, seria, o trágica), espectáculo, diseño escénico, quizá ballet– cada uno con sus propias exigencias y reglas y obligados a ejercer su supremacía. El equilibrio entre estas expresiones artísticas ha variado en diferentes periodos, y siempre ha sido inestable



En adición a las expresiones artísticas mencionadas, la ópera requiere cantantes, instrumentistas, directores musicales, directores de escena y diseñadores; patrocinadores, empresarios y público, de los que nos olvidamos frecuentemente cuando pensamos en ópera.



La ópera inició a finales del siglo XVI como resultado de las discusiones de un grupo de intelectuales y diletantes florentinos, llamado la Camerata. En los 1590s los miembros de la Camerata, que incluía al poeta Ottavio Rinuccini y al compositor, cantante y actor Jacopo Peri, exploraron la idea de aplicar música a un drama “a la manera que pensaban se había hecho durante las representaciones de las tragedias griegas”. La primera obra que incorporó música al drama dentro de este contexto fue Dafne con texto de Rinuccini y música de Peri; esta obra, opera en italiano, se presentó en 1598 pero desafortunadamente la mayor parte de la partitura se perdió. En 1600 se presentó Euridice, también de Peri y Rinuccini, como parte de las, celebraciones de la boda de Maria de Medici y Enrique IV de Francia. Esta es la primera ópera que se conserva. Por cierto, Peri comentó tiempo después que no creía haber logrado acercarse a la forma musical usada en la tragedia griega, lo que conspicuamente evitan decir muchos especialistas.





En 1607, los Gonzaga de Mantua no quisieron quedarse atrás de los Medici e hicieron que el poeta de la corte, Alessandro Striggio, quien había asistido a la boda real de 1600, compusiera un texto con el que Claudio Monteverdi, creó L’Orfeo, favola in musica, que se estrenó en febrero de 1607 ante los miembros de la Accademia degli invaghiti, a la que pertenecían los Gonzaga y ambos artistas. Muchos consideramos que L’Orfeo es la  primera obra maestra de la nueva forma artística.



Las primeras óperas se inspiraron en Orfeo, el músico por excelencia de la mitología griega, pero tuvieron diferencias importantes; ambas obras inician con un prólogo que en el caso de la obra de Rinuccini–Peri es dado por “La tragedia”, en tanto que en el de Monteverdi–Striggio lo hace “La música”. Prima la musica, poi le parole? Esta pregunta ha aparecido en múltiples ocasiones en el desarrollo de la forma artística. Por otra parte, es conocido que la ópera se presentó con escenografía lujosa y maquinaria escénica sofisticada que mostraba a Apolo llevando a Orfeo al empíreo a bordo de una nube y también el transcurso de Orfeo por la laguna Estigia.



L’Orfeo es sin duda una ópera en la que el compositor es el dramaturgo definiendo claramente a la ópera como un dramma per musica, es decir una obra en el que el drama se desarrolla a través de la música.  



Hasta este momento de la historia de la ópera han sucedido varias cosas importantes: la mayor parte de los implicados en la ópera han sido diletantes o intelectuales miembros de grupos académicos, la ópera ya incorporó a las principales expresiones artísticas que se entrelazarán en el género, los patronos han sido príncipes que han escogido cuidadosamente al público asistente y sus palacios han sido los escenarios en los que se han presentado las óperas.



Venecia estaba gobernada por una oligarquía muy próspera suficientemente interesante como para atraer a Claudio Monteverdi quien aceptó ser maestro di capella de la basílica de San Marcos.



1637 fue un año de suma importancia en la historia de la ópera pues por primera vez se presentó ópera en un teatro comercial, el Teatro San Cassiano. La ópera fue L’Andromeda del compositor Francesco Manelli y el poeta Benedetto Ferrari. Al San Cassiano siguieron el SS. Giovanni e Paolo (1639), el San Moisè (1640) y el Novissimo (1641). En estos teatros se presentaron unas cincuenta óperas nuevas antes de 1650, a las que asistió público pagando una entrada para ver y oír una función de ópera,



Monteverdi compuso Il ritorno d’Ulisse in patria con libreto del poeta Giacomo Badoaro, miembro del, digamos, grupo de libertinos que formaban la Accademia degli incogniti, que tuvo una enorme influencia en la ópera veneciana temprana. La ópera se estrenó en el San Cassiano durante la temporada de carnaval de 1640. Como en L’Orfeo, los cambios de escenografía y el uso de maquinaria escénica son importantes, como lo requieren las apariciones y desapariciones súbitas de Minerva o el viaje aéreo de ésta con Telémaco a Esparta. En lo que existe una gran diferencia con L’Orfeo es en la orquestación, rica y profusa en Mantua y reducida a unos pocos instrumentos de cuerdas, algunas trompetas y el bajo continuo en el teatro comercial veneciano. Es plausible que esto haya sido consecuencia del carácter empresarial de estos, por lo que el dinero empezó a ser un factor muy importante. Desde el punto de vista puramente musical, el “recitar cantando” de Florencia y Mantua empezó a dar paso a las arias con versos estróficos. Asimismo, “debuta” un personaje cómico, el glotón Iro que tartamudea después del clímax en el que Ulises mata a los pretendientes de Penélope.



La última ópera de Monteverdi fue L’incoronazione di Poppea con libreto de Giovanni Francesco Busenello, otro miembro de la Accademia degli incogniti.  Poppea es la primera ópera en la que el argumento es un hecho histórico. La ópera se estrenó en el carnaval de 1643 en el Teatro SS. Giovanni e Paolo. Como en Ulisse, aparece un personaje cómico, derivado de la commedia dell’arte, Arnalta la nana de Poppea. El texto de la ópera es un drama naturalista en el que los personajes intercambian ideas y muestran sus emociones en una forma nueva en el mundo de la ópera.





El primer Nerón fue un castrado, Séneca un bajo impresionante y la dificultad de su particella nos hace ver que quien cantó Ottone fue todo un virtuoso del canto.  



No sólo el tema, sino también la música de Poppea han hecho un viaje muy largo desde L’Orfeo y las óperas florentinas. El recitativo como elemento principal de la ópera ha sido sustituido por arias y duetos; el nuevo público encuentra aburrido el recitativo académico y pide tonadas.



Poppea fue considerada mucho tiempo como una obra maestra musical con un texto inmoral, por ello es notable que un régimen retrógrado como el del reino de España haya permitido funciones de Poppea en Nápoles desde 1651, cuando fue dada por una compañía de los grupos itinerantes llamados Febiarmonici (músicos de Apolo), que empezaron a visitar toda Italia en los 1640s. De hecho en un plazo muy corto, Nápoles se convirtió en el centro de la escena operística.



Francesco Cavalli, organista en San Marcos, fue  el sucesor natural de su maestro Monteverdi. Los libretos usados por Cavalli ya no fueron obra de académicos sofisticados sino de poetas especializados en el género, digamos profesionales. El espectáculo y los escenarios siguieron siendo sofisticados y atractivos, y nació el sistema de estrellas vocales.



Resumiendo, las primeras óperas fueron esencialmente un experimento académico que buscaba recrear la forma en la que los miembros de la Camerata pensaban lo hacían los griegos. La expresión estaba principalmente en el texto y el acompañamiento musical se limitaba principalmente al recitativo. Las obras se presentaban en salones palaciales con grandes grupos instrumentales y escenografía espectacular ante un pequeño público invitado y escogido por los patrocinadores de las óperas, siempre gobernantes absolutos.



En los cincuenta años posteriores a Dafne y Euridice la evolución de la ópera fue impresionante en todas las categorías analizables. Se abrieron los teatros al público, algunos cantantes se convirtieron en estrellas; los libretistas trataron diferentes temas, uno de ellos la historia y se introdujeron personajes cómicos. Los mayores cambios fueron musicales: se redujo el tamaño de las orquestas y coros, principalmente por razones económicas. El aria veneciana con versos estróficos tomó una posición estructural muy importante, los duetos se hicieron fundamentales debido al diálogo musical que exigía el drama; Il ritorno d’Ulisse in patria y L’incoronazione di Poppea son esencialmente óperas de duetos.



Después de Poppea, la ópera se consolidó como una nueva forma artística, diferente a la comedia de madrigales, a las obras de teatro con intermedios y aún a los experimentos florentinos. Se convirtió en una forma en la que drama y música, música y drama, tenían similar importancia, con la música proporcionando la expresión y el sentido del texto – en el siguiente siglo el sentido desaparecería casi totalmente en favor de la expresión musical. Todo esto rodeado de escenarios espectaculares y maquinaria de teatro muy sofisticada. Una forma artística que, como hoy, era la razón de la existencia de estrellas. Una forma artística que podía inflamar las pasiones en contra o a favor de ella.



Tres elementos marcaron irremediablemente la evolución de la ópera: la existencia de teatros comerciales, el inicio del sistema de estrellas y, sobre todo, la incorporación de la música como un elemento básico de esta nueva forma artística.



El péndulo inicio su primer movimiento: del experimento dramático (el texto) a la expresión del mismo (la música); del Príncipe al teatro comercial y de los creadores (poetas y compositor) a los intérprete (los cantantes), aún sin el peso que estos llegarían a tener en varios momentos del futuro de la ópera. El público que pagaba por el espectáculo influyó enormemente en el cambio musical del recitar musical a el canto del aria estrófica y el dueto.



Estoy seguro que no faltarían quienes pensaran y argumentaran ferozmente en las sobremesas de mediados del siglo XVII; ¡Ah, Peri era infinitamente superior que Monteverdi y además no veías tantos pelados sentados a tu alrededor!





Dark Ages  



Cavalli compuso sus últimas óperas en la década de los 1660s. La existencia de los teatros comerciales dio lugar a la proliferación de compositores y libretistas, algunos talentosos y otros no tanto. El recitativo fue disminuyendo su importancia en tanto que la del aria estrófica aumentaba. A fines del siglo XVII hubo óperas que incluían hasta 85 arias, una multitud de situaciones cómicas y la existencia de varios argumentos subsidiarios al principal. Además, el público exigía óperas nuevas, por lo que se compusieron, y presentaron no menos de 200 obras en la segunda mitad del siglo tan solo en Venecia, algunas de buena calidad pero otras de mala. La disminución del recitativo, aunada a contar con orquestas reducidas y coros prácticamente inexistentes, hizo que los cantantes fuesen las estrellas que opacaban a los creadores.



En París, el Rey Sol estaba más interesado en el ballet que en la ópera, siendo él un bailarín de renombre por lo que la ópera francesa durante los siglos XVII y XVIII tuvo un fuerte componente de ballet. El principal compositor de ópera fue Jean–Baptiste Lully, quien llegó de Italia como maestro de ballet de Luis. Como en Venecia, París también se desarrolló la ópera como empresa, cuando el rey dio a Lully la exclusiva del manejo de la Académie royale de musique. La obra, y el estilo de Lully daba una importancia suprema al ballet, al coro y a lo que se llamaba orgullosamente “les merveilleux”, es decir los efectos escénicos espectaculares, baste saber de la admiración que suscitaba la desaparición del palacio encantado de Armida ante la vista de todo el público



En los Estados Pontificios se prohibió la ópera entre los 1690s y los 1710s, lo que en mi opinión, dio ímpetu a los conservatorios de Nápoles que incrementaron su “producción” de cantantes castrados.



La percepción de que la ópera se convertía en un espectáculo de baja calidad, motivó a que Benedetto Marcello escribiera su manual satírico Il teatro alla moda, en el que daba instrucciones a todos los participantes en una compañía de ópera – incluidos los “benefactores” y “las madres de las virtuosas”. Pier Jacopo Martello, poeta y libretista escribió en Della tragedia antica e moderna parodiando también los excesos que habían convertido a los “ruiseñores” que alejaban los pensamientos.



El dramaturgo veneciano Apostolo Zeno, miembro de la Accademia degli Animosi, fue nombrado Poeta cesáreo (imperial) por Carlos VI e inició una de las reformas a las que se ha sometido la ópera. Escribió 36 libretos con argumentos históricos o mitológico en los que siguió los principios del “buen gusto” del clasicismo arcádico y las unidades aristotélicas, es decir las de acción, lugar y tiempo.



El romano Metastasio (Pietro Trapassi) miembro de la Accademia dell’Arcadia, sucedió a Zeno como Poeta cesáreo. Sus 22 libretos fueron llevados a la ópera en 880 ocasiones. Como los de Zeno, los argumentos eran de carácter heroico–histórico o mitológico. Redujo el número de personajes a seis o siete, desterró el coro y redujo al mínimo los duetos, el único ensamble que sobrevivió. Hizo del aria da capo y el arioso los principales, si no los únicos, elementos musical y dramático de la ópera. La ópera de Metastasio fue la típica ópera italiana del siglo XVIII, a la que se denominó opera seria a partir del siglo XIX.



Sus textos fueron  fundamentales en el desarrollo de la ópera barroca durante la primera mitad del siglo XVIII, siendo Johann Adolph Hasse y Christopher Willebald Gluck los compositores metastasianos par excellence. Uno de los efectos de los libretos de Zeno y Metastasio fue la glorificación, aún mayor, del cantante. Es la época de los grandes castrados como Farinelli, Senesino, Carestini o Caffarelli, y de las divas que se odiaban entre sí y que lamentaban la veneración que recibían los castrados como fue el caso de Faustina Bordoni y Francesca Cuzzoni, estrellas de la ópera en Londres.



Nunca sabremos cuál era el volumen y belleza de la voz de los castrados. Por las partituras sabemos que eran grandes músicos, la mayoría de ellos formados en Nápoles. A diferencia de los contratenores –que tienen voces “de cabeza”– los castrados usaban el pecho como órgano de resonancia pues eran hombres con “un defectillo”.



La existencia de los castrados y el hecho de que los pensamientos, sentimientos y, en muy pocas ocasiones, las conversaciones se expresasen musicalmente hicieron que el Doctor Johnson se refiriera a la ópera como ese “espectáculo exótico e irracional”. Este fue un momento, que los cantantes dominaron la ópera, haciendo del drama algo irrelevante en muchas ocasiones y de la música un medio para el lucimiento de su arte canoro.



Pese a lo anterior, o por lo anterior, la ópera ya era una forma artística que existía en toda Europa, desde la corte de Catalina la Grande hasta el Teatro San Carlo de Nápoles, pasando por los dominios de Federico el Grande –quien también escribiera libretos; desde Nápoles hasta Londres y desde París hasta Viena. Año con año se producían cientos, si no miles de óperas requeridas para satisfacer el enorme mercado que ya era el espectáculo irracional y exótico llamado ópera.



Esta es la época que puede llamarse “la dictadura del cantante”.





Después de una función de Rodelinda, un grupo de aficionados a la ópera comentaba durante la cena: ¡Ah, cómo extrañamos a Bononcini, él sí componía ópera! ¿Te fijaste con qué descaro veía la "virtuosa" al maestro Porpora?

@ Luis Gutiérrez R